viernes, 27 de abril de 2007

¿Nos forman o nos transforman?

“No hay alumnos conflictivos, sólo profesores incompetentes”

Leyendo la contraportada de La Vanguardia, me fascinó una entrevista a una de las habituales eminencias que ocupan habitualmente esta parte del diario. Se trata de Augusto Cury, psiquiatra que vive en la selva brasileña y es director de la Academia de la Inteligencia. Cree que la especie humana está enferma, y un detalle curioso es que declara que fue ateo, pero tras estudiar la personalidad de Jesucristo se convirtió en cristiano.
Pues bien, él habló sobre la sociedad y su mentalidad hoy en día y dio su impresión sobre el sistema educativo, o lo que es lo mismo bajo mi punto de vista, los cimientos de cualquier sociedad, su éxito o fracaso. Textualmente dijo de las personas hoy en día, que “están siendo víctimas del sistema social que nos convierte en un número de pasaporte o de tarjeta de crédito; que nos estimula a ser consumidores de productos y servicios, y no consumidores de ideas y proyectos de vida”. ¿Totalmente cierto no? Aun hay más. Sobre el sistema educativo – tema de este artículo – cree que estamos errados, pues se forman meros repetidores de información y no pensadores. Esta sociedad nos prepara para vivir en el mundo de fuera y no en el mundo de dentro. Y estamos prisioneros en el único lugar en el que paradójicamente deberíamos ser más libres, que es dentro de nosotros mismos. Tenemos que dudar de todo aquello que creemos pues lo que creemos es lo que nos controla. El problema es que en las escuelas aprendemos la certeza, informaciones rápidas y preelaboradas. La sociedad se ha convertido así, en una fábrica de personas ansiosas, tensas y tristes.
Dejando a un lado los acertados comentarios de Cury, creo que no se nos ayuda a cultivar un punto de vista crítico diferente y alternativo de lo que nos enseñan, un deseo crítico que nos permita encontrar un sentido a nuestra existencia y un proyecto para nuestra vida, libre de las obsesiones modernas: estudiar en la universidad, conseguir dinero, fama, apariencias y superficialidad.
Me veo incapaz de explicar mejor que es realmente lo que nos hacen en las escuelas y qué son los exámenes, que en estos dos extractos del pensamiento de Raoul Vaneigem (belga nacido en 1934), inspirador de la corriente contestaria de mayo del 68 con un libro de culto: Tratado del saber vivir para el uso de las jóvenes generaciones (1967). Realiza una crítica radical del capitalismo, instrumento de muerte y alienación, y defiende la revolución como condición de realización del goce.
Ahí van estas dos perlas, leedlo detenidamente y reflexionar cada palabra:

Adiestrar al animal rentable

¿Ha perdido la escuela el carácter repelente que presentaba en los siglos XIX y XX, cuando domaba los espíritus y los cuerpos para las duras realidades del rendimiento y de la servidumbre, teniendo a gala educar por deber, autoridad y austeridad, no por placer y por pasión? Nada es más dudoso, y no puede negarse que, bajo las aparentes solicitudes de la modernidad, muchos arcaísmos siguen marcando la vida de las estudiantes y de los estudiantes.
¿No ha obedecido hasta hoy la empresa escolar a la preocupación dominante de mejorar las técnicas de adiestramiento para que el animal sea rentable?
Ningún niño traspasa el umbral de una escuela sin exponerse al riesgo de perderse; quiero decir, de perder esa vida exuberante, ávida de conocimientos y maravillas, que sería tan gozoso potenciar en lugar de esterilizarla y desesperarla bajo el aburrido trabajo del saber abstracto. ¡Qué terrible notar esas brillantes miradas a menudo empañadas!
Cuatro paredes. El asentimiento general conviene en que allí uno será, con consideraciones hipócritas, aprisionado, obligado humillado, etiquetado, manipulado, mimado, violado, consolado, tratado como un feto que mendiga ayuda y asistencia.
¿De qué os quejáis?, objetarán los promotores de leyes y de decretos. ¿No es la mejor manera de iniciar a los pipiolos en las reglas inmutables que rigen el mundo y la existencia? Sin duda. Pero ¿por qué los jóvenes aceptarían durante más tiempo una sociedad sin alegría ni porvenir, que los adultos ya solo se resignan a soportar con una acritud y un malestar crecientes?
Aviso a escolares y estudiantes, traducción de Juan Pedro García del Campo, Debate, Barcelona 2001

Examinar a los alumnos

Cada día el alumno penetra, lo quiera o no, en una sala de audiencias en la que comparece ante los jueces bajo la acusación de presunta ignorancia. A él le corresponde demostrar su inocencia regurgitando cuando se los piden los teoremas, reglas, fechas, definiciones que contribuirán a su relajación al final del año escolar.
La expresión “someter a examen”, es decir, proceder, en cuestiones criminales, al interrogatorio de un sospechoso y a la exposición de los cargos, evoca bien la connotación judicial que reviste el examen escrito y oral infligido a los estudiantes.
Nadie pretende aquí negar la utilidad de controlar la asimilación de los conocimientos, el grado de comprensión, la habilidad experimental. Pero ¿hace falta para ello disfrazar de juez y de culpable a un maestro y a un alumno que solo pretender instruir y ser instruido? ¿Qué espíritu despótico y arcaico autoriza a los pedagogos a erigirse en tribunal y cortar por lo sano con la cuchilla del mérito y el desmérito, del honor y el deshonor, de la salvación y la condena? ¿A qué neurosis y obsesiones personales obedecen para atreverse a marcar con el miedo y la amenaza de un juicio que suspende el camino de niños y de adolescentes que solo tienen necesidad de atenciones, de paciencia, de estímulos y de ese afecto que tiene la clave para obtener mucho exigiendo poco?
¿No será que el sistema educativo sigue fundándose en un principio innoble, que procede de una sociedad que solo concibe el placer desde el tamiz de una relación sadomasoquista entre amo y esclavo: Quien bien te quiere te hará llorar?
Pretender determinar mediante un juicio la suerte de otro es un efecto de la voluntad de poder, no de la voluntad de vivir.
Juzgar impide comprender para corregir. El comportamiento de esos jueces, acobardados ellos mismos por el temor a ser juzgados, aparta de las cualidades indispensables al alumno comprometido en su larga marcha hacia la autonomía: la obstinación, el sentido del esfuerzo, la sensibilidad alerta, la inteligencia sutil, la memoria constantemente ejercida, la percepción de lo vivo en todas sus formas y la toma de conciencia del progreso, de los retrasos, de las regresiones, de los errores y de su corrección.
Ayudar a un niño implica, a un adolescente, a asegurar su mayor autonomía implica, sin duda alguna, una constante lucidez sobre el grado de desarrollo de las capacidades y sobre la orientación que las favorecerá. Pero ¿qué tiene en común el control al que el alumno se sometería cuando estuviera listo para franquear una etapa del conocimiento y el someterse a examen ante un tribunal profesoral? Dejad, pues, la culpabilidad para los espíritus religiosos que solo piensas en atormentarse atormentando a los demás.
Aviso a los escolares y estudiantes, Debate, Barcelona, 2001

Dan qué pensar estos artículos de Vaneigem ¿verdad? Creo que están cargados de razón.

Además ¿por qué la mayoría de nuestros institutos están construidos como prisiones? Creo que es porque la libertad de nuestros movimientos incomoda a la sociedad, de ahí que ésta haya inventado instituciones que funcionen según técnicas de control: control de nuestro espacio y de nuestro tiempo.
A la sociedad no le interesa la libertad porque esta no engendra orden, coherencia social, agrupación provechosa, sino más bien la fragmentación de actividades, individualización y atomización social. La libertad provoca miedo, angustia. La sociedad prefiere personajes integrados en el proyecto asignado a cada uno, antes que una dispersión de grupos de individuos que interpreten el sistema a su manera.
Hay un odio a la libertad y un adiestramiento social que viene desde las clases dominantes. El libre uso de nuestro tiempo, de nuestro cuerpo, de nuestra vida, engendra una angustia mayor que si nos limitamos a obedecer a las instancias generadoras de docilidad, esto es, la familia, el colegio, el trabajo y otras excusas para acabar con la libertad en provecho de la seguridad que la sociedad ofrece: una profesión, un estatus, una visibilidad social, un reconocimiento en función del dinero, etc. De ahí que los hombres, con el fin de evitar la angustia de una libertad sin objeto, prefieren tan a menudo arrojarse en los brazos de máquinas sociales que terminan por engullirlos, triturarlos y, después, digerirlos.
Volvamos a la escuela, donde desde nuestra más temprana edad se hace cargo de nosotros para socializarnos, o lo que es lo mismo, para hacernos renunciar a nuestra libertad salvaje y hacernos preferir la libertad definida por la ley. Así el cuerpo y el alma están formados, fabricados. Se inculca una forma concreta de ver el mundo y de normalizar las cosas. Los niños de primaria, los estudiantes de secundaria y los que nos preparamos para estudios universitarios sufrimos el imperativo de la rentabilidad escolar: los puntos que hay que acumular, las notas que hay que obtener, a poder ser por encima de la media, los coeficientes que deciden lo que es importante o no para integrarnos correctamente, expedientes académicos como fichas policiales, los deberes que hay que entregar, la disciplina a respetar minuciosamente, el objetivo de pasar a un curso superior, el teatro del consejo escolar que determina cuan dóciles somos, conseguir diplomas como si fueran fórmulas mágicas, incluso aunque a veces no sirvan para nada. Todo ello aspira a hacernos menos competentes (si no, ¿por qué no somos bilingües después de haber estudiado siete años una lengua extranjera?) que a medir nuestras aptitudes para obedecer, para ser dócil y someterse de buen grado a las demandas de un cuerpo docente, de los equipos pedagógicos (jefe de estudios, coordinador de estudios, etc.) y de la dirección.
Como he dicho antes se controla nuestro tiempo, pero también nuestro espacio. Hagamos un símil con el funcionamiento de los cuarteles, las prisiones y las fábricas: en nuestro instituto hay timbres en lugar de sirenas, fichas de entrada y salida, clases como celdas, más bien grados que calificaciones, tiro con fusil si no entregas los ejercicios, el calabozo o los arrestos de rigor que sustituyen a los exámenes y los castigos, el despido equivalente a cuando te expulsan de clase, los celadores que sustituyen a los profesores etc. En cada momento se pretende un buen escolar, un buen soldado, un buen obrero. Se trata de aprisionar la libertad para forzarla a pasar por el estrecho embudo de la disciplina social. Con el objetivo no confesado de extinguir las posibles degeneraciones y el desorden contenido en una libertad sin límite.
Así para los más dóciles y manejables que renuncian a su libertad individual, están reservados los mejores puestos que les brinda la sociedad agradecida: empleos, puestos de responsabilidad, autoridad, subir peldaños, poder sobre el prójimo, salarios que permiten consumir mucho, y parecer un verdadero modelo de integración. Diplomas, carrera, trabajo, ingresos: la sociedad no regatea regalos para los que están dispuestos a colaborar en su funesto proyecto. Así intervienen en donde la libertad camina a sus anchas: la familia la relación con los demás, en nuestro trabajo si lo tenemos y en nuestro barrio, nuestra ciudad, nuestro país. Y muy pronto con la maldita globalización en todo el planeta. Solo unos pocos no escuchan la llamada del sistema porque escogen su libertad incluso si hay que dar a cambio ser un anónimo o no tener tantas comodidades. ¿Qué elegiréis vosotros?
Les saluda Kóndor 21, libertad y pensamiento.

domingo, 22 de abril de 2007

Presentación

Que no os asuste a primera vista el título de este blog. No será solo odio lo que quiera transmitir a base de escritos periódicos. Yo lloro, sonrío, sudo y sangro tinta. La escritura es mi arma, mi antidepresivo, mi vía para desaparecer y escapar, para hallar identidad, para seducir, aprender y opinar. Así, haré de este espacio un mundo para dar salida a los más frecuentes pensamientos que merodean mi mente durante los días monótonos y aburridos que vivo, y pienso, vivimos. No habrá corrección con el fin de agradar a nadie con lo que escriba, aunque sí una innegable voluntad de escribir cosas que puedan interesar y destilen creatividad y una pizca de genialidad envueltas con una lectura amena. Huir de lo corriente, del lenguaje previsible que nos vende el sistema, de los textos con los que nos atontan, construyen nuestras mentes sin que seamos nosotros los ingenieros de ella y nos convierten en máquinas movidas por el motor del no reflexionar, del moverse por el interés egoísta, de no pensar en lo afortunados que somos y lo estúpidos a la vez, pues tenemos más de lo necesario para vivir y en cambio pasamos hambruna de felicidad y satisfacción con nuestras vidas. Intentaré encontrar motivos y transmitirlos para seguir adelante en la confusa existencia del día a día, razones para tener la certeza de que al habernos dado Dios la capacidad de estar en pie rodeados de una creación indescifrable ya tenemos el mayor regalo posible. ¿No crees en Dios? Quizá ese sea un buen tema próximamente para mi blog.
Les saluda Kóndor 21, libertad y pensamiento.